De New England a la pequeña Habana IV

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Meat Loaf



Pasamos por un bonito pueblo turístico marinero y en Pensilvania nos alojamos dos días en pleno territorio amish


En el trayecto de New Haven a Atlantic City nos desviamos a Point Pleasant, Nueva Jersey. Con un nombre así se hace difícil salvar una tentación:"Punto placentero"; chalecitos y casonas de madera se miran en un recoleto puerto pesquero-deportivo. Comimos en la mejor marisquería, Red Lobster Pot, sobre el mar. Pedimos lo de menor riesgo: Surf&Turf (53€): solomillo con cola de bogavante, y la amable dueña nos pasó una dirección para comer en Washington D.C. Y fue una lástima que no nos diera una de Atlantic City. La ciudad del juego. Decadente. Cenamos en el más antiguo italiano, por aquello de rememorar los días de la Mafia, Vola's, de 1921. Una vieja casa de madera con encerrona: dos pastas asciutta nadando en tomate de bote y una San Pellegrino, 85€. No aceptan tarjetas de crédito, pero nos pidieron el número cuando telefoneamos para la reserva. ¡Unos cracks! Y después, al revisar la factura, vimos que nos timaron. Aun quedan maneras de aquellos días de metralleta Thompson, gabardina trinchera y sombrero borsalino.


Y llegamos al Condado de Lancaster, Pensilvania, el "reino" de los amish. Nos alojamos a las afueras, en plena zona rural de esa comunidad menonita, de origen suizo y anclada en el XVIII. Lo primero, almorzar en el mejor de sus dos restoranes, Katie's Kitchen, de cocina casera, que parece una cantina. Los comensales no eran amish, pero sí las jóvenes camareras: tímidas y bonitas. Ensaladas, Meat loaf: pastel de carne molida, que no llega a terrina, con una salsa dulce, y Roastbeef: una montaña de carne al horno ¡deshilachada! papa al horno y nata agria. Nada de alcohol. De postre, Brownie napado con una crema parecida al dulce de leche ¡Buenísimo! 60€. Tienen las amish fama de excelentes reposteras. Hemos de reconocer que la comida durante el viaje no nos alegraba; también aquí probamos en el Miller's Smorgasbord, un bufé a 36€, pero todo nos supo igual; así que las dos noches cenamos en el Red Lobster bogavantes, Ensaladas César con o sin gambas y steaks.


Estábamos interesados en departir con los amish. Su extensa y verde comarca casi llana, con algunos cerros y bosquecillos, está cruzada por serpenteantes carreteras; se divisan, aisladas, blancas granjas de madera con el establo, las vacas y el granero. Deambulamos sin más objetivo que cruzarnos con esos carruajes negros tirados por corceles trotadores para "pegar la hebra". Pero, aparte de no admitir tecnología, siquiera el teléfono, rehúyen las fotografías y no se dan a la charla con desconocidos. Sus misas pueden durar horas y horas. Aprovechamos el martes, día de mercado y mercadillo, inmensos, y pasamos allí varias horas. Y en uno de los largos paseos por aquellos paisajes bucólicos entramos en un camino privado que llegaba a una granja; y una señora, que por allí estaba, no supo contestarnos a una pregunta-excusa (para poder charlar), pero nos dijo ¡oh sorpresa! que su esposo hablaba con extraños. Lo llamó y un amish sesentón apareció entusiasmado, e incluso se empeñó en que pasáramos a la casa. Allí estuvimos de tertulia o bajo un interrogatorio sobre las Islas Canarias: si teníamos árboles, frutales, ganado... Nos contó cosas de sus ocho hijos y de su reciente operación de corazón; si bien puntualizó que, tras salir del hospital, estaba "curándose muy bien solo con medicina orgánica amish". Y mientras la esposa mostraba orgullosa sus trabajos manuales: mantas y colchas traperas. Después, nuestro entusiasta James Bowel, nos llevó a su taller, en donde repara y fabrica complementos para caballos y carruajes. Al final costó trabajo despedirnos. Nos dio efusivos abrazos y la tarjeta de visita.  Les contamos la experiencia a las recepcionistas del motel, gente de la zona, y nos aseguraron que era un caso insólito, que jamás habían oído algo igual. Dos moralejas: ser amish, con toda su endogamia y profundas creencias en Dios, está muy bien, pero la curiosidad sigue siendo, allí también, el sentido de la vida y el hombre es sociable por naturaleza.


Y abandonamos el Country Inn & Suites by Radisson, donde nos dispensaron un servicio más que excelente, con un nudo en la garganta, pues las tres recepcionistas nos trataron como de la familia. Salimos hacia Filadelfia, queríamos catar su plato "nacional" amén de un restorán con historia, y después llegar a Arlington, Virginia, y a Washington D.C. Pero antes visitaríamos el "Pueblo más bonito de los EEUU" en 2013: Lititz.



Texto: Mario Hernández Bueno

Fotos: Tania Aguiar

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