Medidas concretas para este verano, que se nos pasa el arroz

Confiamos en las ganas de fiesta de los españoles y que, tras el duro confinamiento, nos gastemos los cuartos con alegría rayana en la inconsciencia. Mejor sería que el que fue uno de los países más importantes de la industria turística mundial no se empeñara con tanto ahínco en dejar serlo
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¿Se imaginan un lugar en Europa que, en sus 800 kilómetros cuadrados, sólo haya tenido 4 infectados durante toda la pandemia? Es una superficie algo más pequeña que la del término municipal de Guadalajara. Existir, existe y es más relevante de lo que da a entender su pequeña extensión. Está en mitad del Atlántico y se llama Madeira. En los últimos años han intentado potenciarse como isla dedicada al turismo, incluso a pesar de veranos tan desastrosos como el del año pasado, cuando los incendios estuvieron a punto de provocar una catástrofe generalizada y mayúscula. Y ahora, con el coronavirus, tampoco se rinden y aportan medidas concretas, algo que no ocurre en casi ningún lugar de España.


La opción A de las autoridades turísticas de por aquí parece ser que consiste en alentar al personal con palabras de ánimo y entusiasmo a raudales, un porque sí barato y dudosamente eficaz. La opción B es recurrir a las redes sociales, que dicen que son gratis, Y no hay opción C, que debiera ser en realidad la primera si de verdad quisiéramos apoyar el turismo con fondos públicos: tomar medidas concretas ya.


Los promotores de Madeira lo tiene crudo, muy crudo, para este año con los turistas españoles, aunque solo sea por la falta de vuelos hacia Funchal desde Madrid. Saben que tienen para meses de forzosa escala en Lisboa y aun así, lo intentan. Acaban de iniciar una campaña entre medios especializados y generalistas, como LA CRÓNICA, para dar a conocer a los periodistas sus medidas ya en vigor: si el que llega no tiene un PCR hecho en las 72 horas previas, se lo hacen gratis en el aeropuerto. La espera de los resultados, que pueden demorar 12 horas, se hace en el hotel, sin salir. Lo tienen difícil para mejorar los 4 o 5 vuelos diarios que ahora reciben actualmente, pero se esfuerzan.


Y aquí, en Barajas, aún estamos esperando medidas tangibles que vayan más allá de observar si el viajero tiene buena o mala cara o del poco riguroso sistema de apuntar a la frente del sujeto para medir la temperatura. Como esto rebrote sólo quedará llorar y maldecir.


A la galbana estival que están acreditando las autoridades nacionales cabe añadir la abulia que muchas otras, de ámbito inferior, están demostrando también, como si intentaran no desentonar. Es como si confiaran en que el verano pase pronto y luego, ya se verá.


Como los lectores de este diario saben bien, porque hemos informado de ello, no son pocos los destinos europeos y de otros continentes que se han puesto en marcha desde el primer momento para intentar reforzar su oferta turística, con nacionales y con foráneos. Incluso con ideas nuevas, también, como las de Luxemburgo. Ese pequeño país acaba de poner en marcha un servicio de transporte gratuito de equipajes para los cicloturistas, que no son pocos dada la ubicación de su territorio, en el centro del continente. Hacer deporte, con la pareja o la familia, en bicicleta, con rutas sin masificar… y sin cargar con la mochila. ¿Tan difícil es? Aquí, imposible. Más aún: todos los ciudadanos mayores de 16 años han recibido un bono de 50 euros, valedero para todo 2020, a descontar cuando pasen una noche de alojamiento en el hotel de su elección. ¿Qué hacemos aquí para ayudar de una forma tangible a la hostelería?


Confiamos en las ganas de fiesta de los españoles y que, tras el duro confinamiento, nos gastemos los cuartos con alegría rayana en la inconsciencia. Mejor sería que el que fue uno de los países más importantes de la industria turística mundial no se empeñara con tanto ahínco en dejar serlo. Impacientes estamos por poder contarlo, con noticias que vengan desde el pueblo más pequeño hasta la capital del Reino. Pero que vengan, ya. Que se nos pasa el arroz, el turno y el verano.



Texto: Augusto González Pradillo



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